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      Dakhla: Mohammed VI, el arquitecto del nuevo orden alimentario mundial

      Omar Dahbi, Analista y Cronista

      "A esos pocos países todavía escépticos, la historia avanza: Marruecos ya prepara la alimentación del mundo del mañana. Miren Dakhla dentro de unos años: el futuro de la seguridad alimentaria lleva allí el sello de la visión real."

      En un futuro más cercano de lo que se piensa, el mundo descubre de manera brusca que su supervivencia ya no depende del petróleo ni de los metales raros, sino de un recurso más frágil y esencial: los alimentos. La seguridad alimentaria se ha convertido en la principal preocupación global. Las tierras cultivables se reducen como la piel de un naranja, erosionadas por la urbanización, el cambio climático y la sobreexplotación. Allí donde ayer las grandes llanuras estadounidenses o ucranianas parecían eternas, hoy las cosechas se vuelven escasas y la presión demográfica transforma cada parcela fértil en un objetivo estratégico.

      En este contexto, un continente surge como la última esperanza: África. Es vasta, inmensa, desproporcionada respecto a los mapas escolares que siempre la han minimizado. Sus tierras, todavía ampliamente inexploradas, se convierten en el último recurso de la humanidad para seguir produciendo alimentos en cantidades suficientes. Pero estas tierras, para dar fruto, necesitan un motor: los fertilizantes. Y este motor lo posee Marruecos. Con cerca del 80 % de las reservas mundiales de fosfato, el reino se convierte en el árbitro silencioso pero imprescindible de la producción agrícola global. Quien controla los fertilizantes controla las cosechas, y quien controla las cosechas mantiene el equilibrio del mundo.

      Es en este escenario que la región de Oued Eddahab, en el sur del Sahara marroquí, adquiere una dimensión inédita. Dakhla, durante mucho tiempo percibida como una ciudad fronteriza y marítima, se metamorfosea en la capital de un futuro en gestación. Su geografía es su principal activo: abierta al Atlántico, conectada con las profundidades del continente africano, se encuentra en el punto de unión ideal entre rutas marítimas, terrestres y aéreas. Lo que ayer era solo un istmo azotado por los vientos se convierte mañana en un cruce vital para el comercio mundial de alimentos.

      El puerto en construcción simboliza esta transformación. Diseñado a gran escala, se erige como una puerta de entrada y salida para los flujos alimentarios del planeta. Este puerto no será solo un terminal marítimo: estará rodeado de una inmensa zona franca donde se levantarán fábricas, almacenes y plataformas de envasado y transformación. En un radio de varias decenas de kilómetros, Dakhla se cubre de gigantescas unidades industriales: conserveras modernas, lecherías a gran escala, molinos automatizados, plantas de ultracongelación y deshidratación. Cada cosecha africana, ya venga de las sabanas de Tanzania o de las llanuras del Sahel, podrá ser transportada aquí, transformada, envasada, almacenada y luego enviada a los mercados de Europa, América y Asia.

      Pero la ambición va más allá. Las industrias de apoyo se multiplican: semillas mejoradas, fertilizantes de nueva generación, alimentos para ganado, plantas de desalinización y almacenamiento de agua, fabricación de maquinaria agrícola y equipos de transformación. Dakhla se convierte en un ecosistema completo donde cada eslabón de la cadena alimentaria mundial encuentra su lugar. La cadena de frío está presente en todas partes, con cámaras frigoríficas y flotas de camiones refrigerados. Los envases se producen in situ, desde cartón hasta plástico, vidrio y metal, con un diseño pensado para seducir a los mercados internacionales. Laboratorios de análisis garantizan la calidad y la seguridad sanitaria, mientras que los centros de investigación agronómica prueban las innovaciones biotecnológicas más avanzadas. La FoodTech y la AgriTech se establecen como pioneras, integrando drones, sensores conectados, inteligencia artificial y trazabilidad por blockchain.

      En las nuevas avenidas de Dakhla, jóvenes de todo el continente africano acuden en masa. Vienen a aprender los oficios del mañana en centros de formación profesional, institutos agronómicos de última generación y laboratorios de investigación aplicada. La ciudad se transforma en un campus gigante donde se forma una nueva generación africana, portadora de conocimientos capaces de competir con las grandes naciones agrícolas. Alrededor de ella, se desarrolla un tejido de empresas de servicios: bancos de inversión, compañías de seguros, fondos dedicados a proyectos agroindustriales, despachos de trading internacional que negocian las cargas incluso antes de que salgan del puerto.

      La economía circular, pilar de la sostenibilidad, completa el conjunto. Los desechos orgánicos de las fábricas se transforman en fertilizantes naturales, los subproductos en cosméticos o fibras textiles, los excedentes en bioenergía. Dakhla se convierte en una ciudad-laboratorio donde nada se pierde, donde todo se reintegra en un ciclo virtuoso. La energía solar y la biomasa alimentan las instalaciones, otorgando al proyecto una dimensión ecológica que lo distingue de las antiguas zonas industriales contaminantes.

      Muy pronto, la ciudad supera su papel económico para convertirse en un escenario geopolítico. Marruecos, promotor y garante de este proyecto, consolida su posición como potencia regional y continental. Estados Unidos, anticipando la importancia estratégica de la seguridad alimentaria, se establece como socio influyente, buscando asegurar el acceso a los flujos y controlar su circulación. Los Emiratos Árabes Unidos, cuyo desarrollo físico en Dubái ha alcanzado sus límites, encuentran en Dakhla una extensión geográfica de su imperio logístico. Israel, pionero en agricultura tecnológica, exporta su experiencia en riego de precisión, invernaderos inteligentes y soluciones digitales aplicadas a la agroindustria. Europa, preocupada por sus suministros, no puede permanecer al margen: Francia, España y Gran Bretaña reactivan sus lazos para no perder influencia. Pero son sobre todo los países africanos, visionarios y pragmáticos, quienes ven en Dakhla una oportunidad inédita: construir un hub continental donde sus recursos obtengan valor añadido antes de abandonar el suelo africano.

      Y en los libros de historia, emerge una figura central. La del Rey Mohammed VI, iniciador de este proyecto excepcional, visionario que comprendió antes que nadie que la verdadera potencia del siglo XXI residiría en la capacidad de alimentar a los pueblos. Bajo su impulso, Dakhla no se convierte solo en una ciudad portuaria transformada en hub logístico: se impone como la capital mundial de la agroindustria. El soberano marroquí entra en la historia no solo como el constructor de un proyecto, sino como el líder que abrió el camino para que África emergiera como el primer proveedor de alimentación mundial.

      Así, en el transcurso de una generación, Dakhla deja de ser solo una ciudad del Sahara marroquí. Se convierte en el centro neurálgico de un nuevo orden alimentario mundial. Es la respuesta africana a una crisis universal. Encarnando la promesa de que el continente, durante mucho tiempo visto como un reservorio pasivo, puede ahora ser el corazón activo que alimenta al planeta. Dakhla, ciudad de viento y océano, se convierte en la capital de la seguridad alimentaria, el lugar donde cada día se decide la posibilidad misma de que la humanidad continúe viviendo.

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